15 marzo, 2015

Isidoro Blaisten /cuentos completos






FernandoR.Lafuente,ABCcultural 7feb.2015, habla de enigmas y asombros de la vida literaria; presencias y sobre todo olvidos para acabar centrándose en la figura poco difundida aquí de Isidoro Blaisten:
"Leer a Blaisten es habitar el espacio de la gran narrativa argentina, el hilo invisible que une los nombres, tan dispares, de Borges, Arlt,Marechal,Cortázar, Manuel Puig, Antonio di Benedetto,Luisa Valenzuela, Juan José Saer, Haroldo Conti, Rodolfo Walsh, Daniel Moyano,Héctor Tizón, Abelardo Castillo o Ana María Suah. De entre todos ellos Blaisten ocupa un lugar primero. Nada menos". [...] "Isidoro Blaisten creó una literatura mayor, que exige al lector, ese que inventa cada escritor, un esfuerzo soberano hasta alcanzar el mayor de los premios, el profundo y sentido goce de estar ante una obra maestra. Y reconocerla." 
Así se descubre  a Blaisten y después de  Al sur de Dublín o Cerrado por melancolía,inolvidable,se siguen leyendo sus "cuentos completos"... 


                                                        
Dublín al sur          



"Las mujeres deseadas y los ideales ay, se alcanzan"
"Guirnalda con amores"
  A.BIOY CASARES.




GANÉ. GANÉ LA TOTALIDAD DEL pozo en el repechaje final. Todos los jueves, durante un año, había venido respondiendo sobre "Vida y obra de James Joyce". Gané y cumplí mi sueño dorado. Mi sueño dorado consistía en abandonar a mi familia, escaparme a Irlanda,  comprarme un castillo, leer el Ulises sentado junto al fuego, tener dos perros irlandeses que me lamiesen las botas mientras leía, emborracharme una vez por mes en la taberna, agarrarme a trompadas como hacía Hemingway cuando iba a beber con el maestro y cumplir mi programa anual de una adolescente por noche.
   Por eso el viernes 24 de setiembre de 1975,  mientras Maruja y la nena dormían profundamente descansando de la noche de gloria, salí de casa sin hacer ruido y llevando el Ulises bajo el brazo me fui a la agencia "Cambio-Mar"y cambié el cheque por libras esterlinas. Me acuerdo de que los empleados me reconocieron y hasta salió a recibirme el gerente. Me convidó con café y me felicitó.
   A las once de la mañana ya estaba en el avión en el vuelo 728 de British Caledonian, y fíjense qué analogía increíble: exactamente el número de páginas del Ulises
  No dejé ninguna carta de despedida. Solamente una esquela prendida con una alfiler de gancho en el vestido de fiesta que se había comprado Maruja especialmente para ese jueves. En la esquela había copiado un párrafo del maestro que decía así:
   "Eso puede ser también -dijo Esteban- .Hay una frase de Goethe que al señor Magee le gusta citar. "Ten cuidado con lo que deseas en tu juventud, porque lo conseguirás en la edad madura", Ulises, página 223."                                                       
   Pero la gran noche en la relación espacio-tiempo fue la del jueves 23 de setiembre de 1975. El jueves 23 de setiembre de 1975 el estudio B del "Canal 15 de Buenos Aires, Televisión para todos" rebosaba de gente cuando Jota Jota Damico, todo emocionado me dijo :"Señor Esteban Dedales, por mil millones de pesos." Jota Jota hizo una larga pausa y en el estudio se hizo un silencio digno de un monólogo interior. "Por mil millones de pesos. Tiene usted sesenta segundos para meditar antes de contestar. Si su respuesta es correcta habrá ganado mil millones de pesos libres del impuesto a los réditos. De no ser así, esta suma pasará a integrar el pozo Oriol, la sonrisa sonriente de toda la gente"
   Jota Jota Damico estaba tan emocionado que no podía abrir el sobre de la pregunta. A Haydée, la secretaria del programa, una chica que era un amor, le temblaba la bandeja.
   Digo que Jota Jota estaba emocionadísimo y no era para menos. Calculen que yo , que no soy un tipo fácil para las lágrimas, sentí que se me nublaba la vista. Es que a través de un año de vernos todos los jueves Jota Jota y yo terminamos por hacernos amigos.  Y no eran sólo los vermouth de los sábados en Flores, en la Londres, no; Había como un fluir de la conciencia entre nosotros.
   Ahora que estoy aquí tan  lejos , en Irlanda, cumpliendo mi sueño dorado, siento que lo extraño, y se lo voy a decir en la carta.¡Qué tipo macanudo este Jota Jota Damico! Espero que con esta carta se decida por fin y se venga a comer el guiso irlandés de Patricia. Va a ser un gustazo volver a verlo.
                                                                 
                                                                       J. Salas Subirat, traductor
                                                                                              Santiago Rueda Editor.
                                                                                             Argentina, 1945 (1ºedición en  español) 


   Pero quiero volver a la noche memorable. Cuando Jota Jota sacó la pregunta del sobre la gente se quedó sin respiración. Producto de los nervios, Jota Jota tardaba en leerla.Yo vi que Maruja se estaba  por desmayar. Por fin, Jota Jota dijo: "Señor Esteban Dedales, por la suma de mil millones de pesos deberá respondernos lo siguiente: es sabido que la acción temporal del Ulises transcurre en un solo día en la vida de Leopoldo Bloom su protagonista. Ahora bien, Oriol le pregunta. Debe usted decirnos con absoluta precisión a qué día y año corresponde el ámbito temporal en que transcurre todo el Ulises."
   Otra vez el auditorio se quedó mudo. Pero la pregunta era fácil. Lo que pasaba era que al jurado ya no le quedaban más preguntas. "El ámbito temporal en que transcurre todo el Ulises es el 16 de junio de 1904." Me iba a explayar, pero no me dejaron. Mientras el escribano corría para entregarme el cheque, la gente estallaba en aplausos y gritos, se atropellaba por todo el estudio y las chicas del Banco empujaban para entregarme las flores. Recuerdo que en la desbandada se llevaron por delante dos cámaras y a una le destrozaron el visor. Me conmovió ver a Henríquez, el gerente, llevando a babuchas a Alejandrito. El chico estaba sobre los hombros del padre y con una mano se agarraba del caño del "boom" y con la otra agitaba el banderín con la foto de la casa Central. Los fotógrafos me pedían que abrazara a mi maestra de sexto grado y tuvieron que mandar toda una tanda de avisos fuera de programa para que el gerente de relaciones públicas de la firma auspiciadora, el doctor León Olguín, pudiera pronunciar unas breves palabras.
   Ahora, en la medianoche, sentado en esta mesa de nogal, calentando mis botas al fuego del carbón de Cardiff (del que soy accionista gracias a Patricia), mientras Patricia y la madre de Patricia y el padre de Patricia duermen plácidamente en el ala derecha, mientras le escribo a Jota Jota, solo en la sala de estar de mi castillo de Irlanda, medito. Medito y pienso que la culpa de todo la tuvo Maruja, por una asociación, pienso en la nena y la extraño mucho.
   Maruja. A veces la recuerdo haciendo pororó y pienso que realmente lo único de bueno que tenía esa mujer era el sentido de la organización. Excelente administradora, Maruja, eso sí, pero por lo demás me amargó la, vida. Y sin embargo, por otra curiosa analogía, la que me indujo, la que verdaderamente me impulsó fue ella.   Con su eminente sentido práctico, un jueves que era feriado, hacia fines de 1974, mientras cenábamos mirando televisión me dijo:   -Por qué no vas, Esteban. Con todo lo que vos sabés. Yo en tu lugar ya estaría allí.¡Pero mirá vos la cara de los que ganan.   -Son feos- dijo Molly.   Yo decía que no, que era tímido, que me iba a olvidar de todo apenas me enfocasen con la cámara, que eso de mostrarse así como un fenómeno de circo era cosa de exhibicionista, de tilingos de payasos, de pobrecitos sin dignidad y qué iban a pensar mis compañeros del Banco cuando me viesen.   -Qué dignidad ni dignidad -dijo Maruja-. Hace ocho años que lo estás leyendo, desde que nació la nena; lo sabés de memoria. Lo que pasa en que no tenés agallas, sos un indeciso.   -Dale papá, andá -dijo Molly.
   Una tarde a la salida del Banco, me decidí. era a mediados de diciembre. Me fui al canal, elegí el tema y me anoté.   -Esteban Dedales, argentino, cuarenta y dos años, casado, una hija, subcontador del Banco Albanés, sucursal Almagro, vive en el barrio de Flores, responde sobre Vida y obra de James Joyce, dijo Jota Jota el primer jueves que enfrenté las cámaras.   Ahora, después de dos años, al pensar en aquella noche, la verdad es que sonrío. Estaba tan nervioso que las rodillas se me movían solas. Las caras de los tres miembros del jurado, mirándome, de pronto me hicieron acordar de los tres profesores del Nacional Sarmiento la única vez que me tocó enfrentar una mesa examinadora, en cuarto año, cuando me llevé Literatura a marzo. Fíjense en la analogía: nada menos que Literatura. Para pensarlo ¿no?   La primera pregunta era fácil: en qué año se publicó Dublineses, cuál fue su primera versión y las fechas de publicación posteriores. Respondí enseguida, adelantándome a las preguntas.   A decir verdad, ahora que lo pienso, la  sensación que yo sentí esa noche no volví a sentarla nunca más. En ninguno de los cincuenta y dos programas. porque primero, antes de las tres preguntas, mientras Jota Jota desdoblaba el papel, sentí como un vacío en el estómago. Pero después, en el momento de responder yo, vi cómo el maestros levantaba los ojos desde la foto y me miraba. Fue únicamente ese jueves. Después no me miró más.   La cuestión, que ese año se convirtió en el más famoso de mi vida. La gente me saludaba por la calle y hasta me pedía que le firmase autógrafos. Los vecinos le mandaban a Maruja chivitos, postres y saludos para mí. Me llamaban por teléfono el día de la audición sólo par decirme: "Ánimo, don Esteban".   Me hicieron reportajes en TV Programa, en El Dial y La Antena y en Pregón Revista. Del Instituto Cultural Argentino Irlandés me llamaron para un vino de honor el 17 de marzo. Dejamos a Molly con don Leopoldo y fui con Maruja. Al entregarme el banderín, el Dr. Patricio O'Brien dijo que como agregado cultural, cualquiera fuera el resultado del certamen, mi intervención era ya un aporte para el acercamiento de nuestros pueblos. Me acuerdo de que cuando vi en el banderín que en el escudo de Irlanda había un arpa, sentí que se me sacudían hasta las fibras más íntimas de mi sensibilidad.   Lo increíble fue que hasta mis primos, los de las legumbres "Dedales", que nunca se acordaron de mí, la llamaron a Maruja por teléfono para decir:"¿Por qué no nos vemos nunca, primita, tiene que venir a casa, qué es eso de no conocernos?" En fin.   No sé cómo hizo Don Leopoldo para encontrar a mi maestra de sexto grado, pero una noche la llevaron al programa. La verdad que yo no la reconocí, pero la vieja lloraba y yo le acaricié la cabeza. Maruja estaba radiante y cambió todos los muebles de la casa. Molly era la vedette del colegio y la directora escribió una cosa muy linda en el cuaderno de clase.
   Ni que decir lo que era el Banco.Henríquez, un hombre grande, todo un gerente, se iba a hinchar por mí a cada trasmisión y llevaba a Alejandrito, el pibe menor. Las empleadas y también las novias de los empleados se habían constituido en comité y se reunían todos los miércoles en el Trianón. Durante la semana se iban a la Biblioteca Nacional y hacían fichas en previsión d preguntas capciosas. Quisieron entrevistar a Borges, pero yo me negué. Tampoco las fichas me hicieron falta. Lo sabía todo.¡Y lo que eran los viernes en el Banco! Los viernes eran la apoteosis. Entraba yo y ya nadie trabajaba. Hasta los clientes se olvidaban de depositar y se metían atrás del mostrador para felicitarme y darme información. A todo el mundo se le había dado por Joyce. Henríquez, después de las cuatro, mandaba traer sanwiches y sidra helada del Trianón y todos brindábamos..
                                                         
                                               
                                                                
   La tensión era mayor a medida que avanzaba el programa. La suma del pozo era cada vez más grande y las preguntas cada vez más difíciles. Yo iba eliminado competidores, escalando el primer puesto en el repechaje final. Pero a menudo que se iba acercando la pregunta decisiva, la que me haría definitivamente rico, yo sentía que ya no vivía en Buenos aires. Vivía en Irlanda. Me imaginaba en mi castillo, sentado junto al fuego, comiendo guiso irlandés, leyendo el Ulises, con la más sensible de las 365 adolescentes tocando el arpa para mí, cantando viejas canciones celtas, o me veía atravesando a pie las calles de las tejedurías, los barrios neblinosos de Dublín, recorriendo una y otra vez, en largas caminatas (antes de montar en mi caballo blanco), los mismos lugares que en un solo día recorriera don Leopoldo Bloom.   Vivía pensando en Irlanda, programando. Y ya en Irlanda yo sabría lo que tendría que hacer. ante todo pensaba darme una vuelta por los conglomerados de casuchas que rodean los centros urbanos y rescatar 365 adolescentes, no tuberculosas todavía, con condiciones para el arpa.  Pensaba ponerlas en habitaciones especiales, en un ala soleada del castillo, de dos a dos , para que no se angustiasen. Con las madres no habría problemas, pagaría mis buenas guineas y listo. Sus hijas púberes pasarían a vivir conmigo una existencia digna. Nada de andar por el arroyo, ni de prostitución, ni de terminar en el burdel de Bella Cohen, como en el Ulises. En mi castillo iban a vivir una existencia libre de toda problemática. Una noche por año les tocaría dormir conmigo. Sobre esta falencia mía hablamos mucho con Jota Jota Damico. Él decía que era una forma de no crear vínculos. "Puede ser", le decía yo, "pero fíjate, Jota Jota, que dentro de todo tiene su lógica. Si la piba da, yo voy a recordar esa noche toda mi vida; si la piba no da, a la noche siguiente pruebo con otra y listo". "Sí", decía Jota Jota, "pero fijáte vos cómo parcializás: únicamente pensás en la noche. ¿Y el día? ¿El día no existe para vos?"   En fin, mediodía de vermouth en la Londres, sábados que ya no volverán, conversaciones que ya no existen, ni siquiera vermouth hay por estos pagos, ni saben lo que es. Le voy a poner a Jota Jota que se traiga unas cuantas botellitas.   Pero volviendo al tema, lo que más me seducía era la relación espacio-tiempo. porque tenía planificado cambiarles de nombre. Para no confundir a cada una le pondría un nombre distinto de acuerdo con el santoral del almanaque. Si, por ejemplo, a alguna le tocaba San Eufrasio, la llamaría Eufrasia, con a. Si a otra le correspondía San Evaristo mártir, se llamaría Evarista, y así sucesivamente.   Estos eran mis planes. Mientras tanto cada jueves iba acumulando puntos para el repechaje respondiendo "con una erudición aplastante", como dijeron en el reportaje que me hizo TV Programa, todas las preguntas que Jota Jota sacaba del sobre que yo elegía. 
En realidad, yo al Ulises nunca lo entendí del todo.Mejor dicho, todavía hay partes que no las entiendo; mejor dicho, casi no entendía nada. Pero me emperré. Porque la primera vez que tuve el libro en mis manos intuí que se trataba de algo muy importante, algo que iba a cambiar el rumbo de mi vida. Me emperré y mi intuición no me falló. Hacía ocho años que lo venía leyendo, desde que nació Molly, y cada vez iba sintiendo como si el maestro, ya ciego y perdida la fe, me mandase no obstante señales secretas de humo del espíritu para que no desfalleciera. Y a fuer que tuvo razón. Y cuando los mil millones empezaron a dibujarse nítidos en las últimas audiciones del cielo, sentí que el Ulises no había sido escrito en vano.
   Entonces comprendí por qué, durante ocho años, cada vez que Maruja me veía agarrar el Ulises o hacer un mero comentario me hablaba así: "Bestia. No te entra nada de lo que leés."   -"Porque me sacan de mi ámbito", pensaba yo sin contestar, "porque no tengo un castillo en Irlanda , porque soy un alienado trabajando en el Banco, y porque en vos, Maruja, late una secreta envidia ante el espectáculo maravilloso de mi sublime terquedad".   -Vos y el anteojudo ése me tiene hasta acá -me decía Maruja y ponía el índice en el cogote. Porque Maruja, muy a su pesar, vivía fascinada mirando a escondidas la foto de Joyce que yo había recortado de un número viejo de la Revista de Occidente que compré por casualidad en un quiosco "de viejo" del pasaje Obelisco Sur, que hice plastificar en "Peloso", cuando en "Peloso" se plastificaba, y que yo tenía guardada en la contratapa de Exiliados. Esa foto tan popular del maestro, donde está con una lupa y mirando para abajo.   Yo no le contestaba nadan porque había entrado en una especie de monólogo interior. Una serie de coincidencias estaba marcando mi destino y yo no iba a renunciar a él. En primer lugar, obsérvese mi nombre: Esteban Dedales. De ahí a Esteban Dédalus ( uno de los principales protagonistas del Ulises) hay solo un paso. El abuelo de Maruja (que murió hace poco) se llamaba Leopoldo Bulnes, y el padre de Maruja, Leopoldo Bulnes hijo, muy parecido a Laopoldo Bloom. Maruja se llama Maruja y está en el Ulises. Cunado nació Molly (todo el monólogo interior del Ulises) le pusimos Molly sin discusión.   Otra cosa: Juan Enrique Menton era un personaje del Ulises, y Henriquez, el gerente del banco se llama Juan Matías Henriquez. En lo que atañe a Jota Jota hay que creer o reventar: todo un capítulo íntegro del Ulises, la parte donde lo humillan y abominan al pobre Bloom, tiene un protagonista que se llama Jota Jota, y fíjense que el maestro escribe Jota Jota, tal cual lo escribo yo. En fin, debe haber muchísimas analogías más que hasta yo mismo ignoro. Todo esto: si lo habremos analizado profundamente con Jota Jota Damico en aquellos inolvidables mediodías en la Londres.   ¿Por qué será que a la distancia uno valora más las cosas? Esta noche , acá en Irlanda escribiéndole a Jota Jota en mi castillo, que se llama"Dublín al sur" en homenaje a Buenos Aires, que nunca olvido, como no me olvido de la nena, que para esta época debe estar tan grande, pienso que Jota Jota tenía razón cuando me decía: "Mira, Esteban, la sensualidad es un producto de la ausencia."   Y así no más es, porque yo devolví las púberes a sus madres respectivas y el 17 de marzo de este año, día de San Patricio mártir, santo patrono de Irlanda (no podía fallar), me casé.
                                                                   
   Me casé con Patricia Boyle O'Connor Fitzmaurice Farrell. Y aquí viene el más curioso de los índices de mi destino: como Patricia había nacido el día de sus santo, el 17 de marzo, fue la única de las púberes a la que no hubo que cambiarle el nombre.   Además hay otra cosa: esa noche no la olvidaré  mientras viva. Y no porque encontrase una gran diferencia  que digamos entre Patricia y las 77 o 78 púberes con las que llegué a acostarme, y que, dicho sea de paso, las púberes no tuberculosas son lamentables. Bueno, por una serie de implicancias que Jota Jota me entendería muy bien, miran como ovejitas, no saben lo que les pasa, se acuerdan de la primera muñeca, algunas se ponen a llorar pensando en su noviecito de Belfast, en fin. También puede ser que yo tuviera mis ricos problemas de conciencia, lo reconozco. Y sobre todo, la foto del maestro mirándome con la lupa . Bueno, la cuestión es que entre Patricia o Telésfora, o entre Patricia y Pabla Navarra o Emeteria, por mencionar sólo algunas, no enconytré ninguna diferencia notable. No, ninguna diferencia y, ahora sí lo recuerdo (fíjense lo que es el inconsciente) , cada noche se me venía nomás la imagen del maestro, que mucha liberalidad, mucho lenguaje, mucha crudeza pero bien que tenía su corazoncito de buen católico irlandés, y en mi familia, modestia aparte, algo de celta tenemos. Por eso, al decir que con Patricia fue distinto me estoy refiriendo a aquel detalle que por sí solo es inolvidable y que la pinta a Patricia de cuerpo entero, y eso sin entrar a hablar de su sentido de organización, ni de la capacidad práctica que tiene ni de lo excelente administradora que es.   Fíjense: el 17 de marzo estoy yo en la cama, consultando la agenda para ver que púber me toca, cuando veo a Patricia en camisón con las manos atrás como escondiendo algo.   -Pasá nomás piba -le digo en gaélico. Un gaélico más o menos todavía, porque recién empezaba a estudiar con Keogh Kilkenny.   Patricia, nada, se queda ahí, parada sobre la alfombra, sonriendo.   -¿Qué pasa, piba? -le digo.   Entonces Patricia va, saca las manos de atrás y me entrega el Ulises.   Ahora bien, yo tengo acá, en un estante especial sobre la chimenea, creo que todas las versiones inglesas  que existen sobre el Ulises. Hasta la edición de la librería "Shakespeare y Cía." de París, tengo. Fue lo primero que hice ni bien bajé del avión en Londres, antes de poner el pie en Irlanda, antes de comprar "Dublín al sur",antes que nada. Comprarme todas las ediciones del Ulises, aún las incunables, las inhallables y los primeros ejemplares numerados para bibliófilos. Lo hice porque le sentía. Como una deuda de gratitud hacia el maestro. Pero cuando vi en las manos de Patricia mi Ulises, la traducción argentina de Salas Subirat, Santiago Rueda Editor, la única que existe en castellano, cuando vi en sus manos mi vieja, querida, ajada y subrayada traducción del Ulises que traje como único equipaje de mi Buenos Aires querido, que estoy mirando ahora sobre esta mesa, lloré. Yo, que no soy un tipo fácil para las lágrimas, lloré como una mujer.   Pero eso no es todo,no. Porque a la mañana siguiente, ni bien bajo a la biblioteca donde estoy escribiendo ahora, me encuentro con otro detalle de Patricia, un detalle increíble que fue lo que me decidió a casarme con ella. Sobre la chimenea, al lado del retrato de Parnell que había apuesto Mrs. Conway, estaba una foto de Gardel.   Miren, confieso que al ver la foto del morocho, en un castillo perdido entre los páramos de Irlanda, al lado del retrato de su héroe máximo, me conmovió hasta las fibras más íntimas de mi sensibilidad. No digo que lloré, no,pero casi se me cae de las manos el Ulises que traía para ponerlo de vuelta en el estante.   "¿Pero cómo habrá hecho para conseguirla cuando acá ni vermouth hay?", me acuerdo que me quedé pensando todo anonadado, en un monólogo interior donde buscaba afanosamente en la relación espacio-tiempo si ése no sería el momento crucial de mi destino, cuando de pronto escuché a mis espaldas la voz de Patricia.   Me di la vuelta y la abracé todo emocionado. Le quise hablar de la foto, de lo que significaba el morocho par mí, pero Patricia, que estaba con el plano del castillo en una mano, un recibo y lápiz y papel en la otra me dijo, en su dulce gaélico, ocho cosas:   1. Devolveré esas pobres chicas a sus casas. Pobres madres, cuánto las estarán extrañando.   2. Y, al final ¿qué? Lo único que traen son gastos.   3. Mirá, Esteban. nunca falta un buey corneta. Por ahí la cosa a los muchachos del IRA no les gusta ni medio.   4. En este castillo se gasta mucha luz.   5. Mrs. Conway es una gasto inútil.   6. Acá tenés el recibo. Antigüedad, vacaciones, salario familiar, aguinaldo. Fírmalo.   7. Keogh Kilkenny como profesor de Welch es un plomazo.   8. Estando yo, ¿para qué lo querés?   La verdad que Mrs. Conway era una vieja inútil. Hacía un guiso irlandés que daba asco. Muy estúpida la pobre vieja, pero fue la única que pude encontrar en Irlanda con es apellido. En Dublín había unas viejitas macanudas, pero todas O'Connor, O'Rourke y O' Donnel y ninguna Conway. Y tenía que llamarse Conway, porque Conway se llamaba la institutriz que tuvo el maestro cuando era pibe.   Patricia echó también a Keogh Kilkenny, y esto me dio pena. Se parecia un poco a Jota Jota Damico y me enseñaba el irlandés prostibulario para que yo pudiese provocar a los habitués de la taberna en  mis peleas mensuales, y me traía las capas de Belfast y se ocupó de conseguirme el arpa, y me consiguió mi hermoso caballo blanco y los dos perros para que me lamiesen las botas, y si bien Mulligan y O'Rourke resultaron dos reverendos perros tarados, no fue por culpa de Keogh Kilkenny, a quien siempre voy a recordar como una bellísima persona. En fin.   Patricia cocina como los ángeles, casi tan bien como Maruja. Pero a los dos meses de tomar las riendas del castillo terminó con mis peleas mensuales. Fue sin decir agua va. Me levantó los puentes levadizos y no me dejó entrar. Y todo por una capa rota. Porque si yo volvía de la taberna con un ojo en compota o un tajo en la cabeza, Patricia no decía nada. Pero se ponía hecha un basilisco cuando volvía con la capa hecha andrajos. Las capas que usaba yo eran una hermosura. Me estaba mirando con el catalejo desde la ventana del ático del castillo. Yo traía la capa hecha jirones. Era la tercera capa que volvía destrozada porque le había gritado maricón en gaélico a Alf Lenehan, el capataz de la hilandería que era un urso como de dos metros. Fue una pelea de antología. Hubiera faltado Hemingway nomás. La cuestión que Patricia fue y me levantó los siete puentes levadizos y me dejó fuera hasta la mañana. Casi me quedo helado. me la pasé tiritando, mirándome las botas, mientras se disipaba la neblina y el pobre Beckett, muerto de hambre, daba vueltas y vueltas por el páramo buscando una miserable brizna de pastito para mordisquear.   Hasta que al fin, como a eso de las 10, Patricia ya más calmada, nos dejó entrar. Me llevó a la biblioteca y sobre este mismo escritorio me demostró con lápiz y papel que el rubro "Peleas mensuales taberna" daba pérdidas. Excelente administradora, Patricia.   Esa misma tarde Patricia vendió a Beckett. se lo vendió al teniente Nosey Flynn en el cuartel de fusileros irlandeses. Era un hermoso caballo blanco. Un pura sangre irlandés que entraba al galope a la taberna como si fuera humano. Yo le había puesto Beckett porque Beckett fue el secretario del maestro desde 1922 hasta 1929. El teniente Nosey Flynn, ¿qué nombre le habría puesto?   Patricia también vendió el arpa. Puso un aviso en el Daily Worker de Dublín y al otro día vino un camión a buscarla. Como era tan grande tuvieron que sacarla por "Puente Alsina", el puente levadizo número 5. Extraña analogía del destino. aunque mirándolo bien , era mucha arpa para mí. Y después, que ninguna de las púberes tuvo suficiente sensibilidad como para tocarla.   En noviembre, Patricia fue a lo del comisionista. Compró acciones del carbón de Cardiff y cambió los dos perros  por catorce bolsas de trigo candeal. En realidad, los perros me resultaron un fracaso. No había forma de que me lamiesen las botas. Con Keogh Kilkenny lo habíamos intentado todo: desde  usar pedazos del mismo cuero, de la misma partida que se hicieron para hacer las botas, y darles la comida ahí, hasta untar las botas con un alimento especial para dogos inapetentes que Keogh Kilkenny consiguió en el Ulster. Nada, no había forma. Keogh Kilkenny llegó a ponerles un instructor islandés, no irlandés: islandés, nacido y criado en Islandia, en Reykjavik, acostumbrado desde pibe a tratar con perros, pero no hubo caso.   Lo peor es que el alimento para dogos inapetentes despedía un tufo insoportable y yo tenía un olor en las botas francamente apestoso. Mulligan y O'Rourke, los dos tarados, salían corriendo apenas me veían. Y no solamente los perros. Yo tenía la costumbre de entrar en la taberna a todo galope. Me gustaba. Me parecía romántico. Montado en Beckett salía por el puente levadizo número 7 que se llama "Almagro de mi vida, cuando yo te vuelva a ver" y atravesaba el páramo hasta la taberna a todo lo que daba Beckett cantando "mi Buenos Aires querido, cuando yo te vuelva a ver". Yo me había hecho ilusiones de que los obreros textiles y los pobres borrachos me reconocían por las estrofas inmortales a setecientos metros de distancia, pero no, era por el olor.   Patricia trajo al papá y a la mamá a vivir con nosotros. Están en el ala derecha, sobre la explanada que da a "Corrientes y Esmeralda".   "Corrientes y Esmeralda" es el puente levadizo número 1. En total hay siete puentes levadizos en "Dublín al sur". Curioso número, como lo menciona Joyce. El número uno que se llama "corrientes y Esmeralda"; el dos "San Juan y Boedo"; el tres, "Pepirí"; el cuatro "Cafferata"; el cinco, "Puente Alsina" (es el más grande); el seis, "Madreselvas en flor" (y en él curiosamente ha crecido un rododendro) y el séptimo "Almagro de mi vida".    Nada más. Ahora en el silencio de esta noche, mientras le escribo a Jota Jota, oigo el crepitar del coque de Cardiff en el fuego y me recuerda a Maruja haciendo pororó.   "Te vas a comer un guiso irlandés de locura", le voy aponer a Jota Jota. "Patricia cocina casi tan  bien como Maruja." También le voy a poner que se traiga unas cuantas botellitas de Gancia porque acá no hay. Sí, Termino esta carta y me pongo a leer al maestro.



            Fernando R. Lafuente, ABC cultural, 7  febrero 2015: Isidoro Blaisten, Joyce al Sur
            El País, 2004,El "Ulises" de Salas Subirat



Isidoro Blaisten, Dublín al sur y otros relatos, Ediciones lengua de trapo, Madrid,1996
Isidoro Blaisten, Cuentos completos,Emecé, Buenos Aires, 2004

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